domingo, 21 de agosto de 2011

Estimado Germán:

Tú si haces que uno se enorgullezca de sentirse amigo, compadre y hermano de tan honorable persona que eres; creo de justicia y sobrados méritos tu designación como Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua. Tus éxitos me llenan de alegría, lo que viene a ratificar tu valiosa trayectoria literaria y cultural en beneficio de nuestra región aragüeña.
Que la luz y la sabiduría sigan formando parte de tu vida, este nombramiento no es otra cosa que valorar tu capacidad, empuje y conocimientos que siempre han estado al servicio de la nación, porque además de ser un destacado hombre de letras eres una persona a la cual admiro por ser alguien que cree en las cosas que hace y tu amor por las letras se refleja en  el ejemplo de tu vida, la cual ha estado signada por la sencillez, humildad, honestidad y don de gente.
Germán: me alegro de corazón por tan grata noticia, qué bueno que personas talentosas y altamente preparadas como tú nos representen en tan importante institución. Permíteme abrazarte y brindar por tu magnífica designación.
Académicamente,
Inocencio Adames Aponte


ES UN VILLACURANO...

Si es amable al saludarte, pero fuerte y decidido al estrechar la mano… Si es malicioso y hábil cuando habla de negocios, pero es franco y fiel a su palabra… Si suena un poco brusco cuando te dice la verdad, pero es la verdad lo que te dice… Si lo ves trabajando todo el día, pero también soñando y creando… Si lo encuentras reprendiendo a su hijo cuando se equivoca, pero también elogiándolo cuando acierta y enseñándole y apoyándolo… Si lo ves bravo por la injusticia, pero optimista ante la derrota y alegre frente al triunfo… Si lo descubres triste en el dolor, nostálgico al recordar el pasado y fuerte ante el porvenir… Si te lo encuentras, tienes suerte: ES UN VILLACURANO… Podrá ser un industrial, un comerciante, un científico, un deportista, un obrero, un artista, un médico, un enfermero, un farmaceuta, un constructor, un albañil, un cocinero, un mesonero, un maestro, un profesor, un abogado, un profesional, grande o pequeño, hombre o mujer, y en lo que haga será bueno… Cuando haga las cosas bien, elógialo, se lo merece. Cuando le salgan mal, díselo, porque él tendrá el valor de reconocerlo y enmendarlas. Si lo ves, podrás decirle al mundo al mundo que conociste un VILLACURANO, no importa dónde haya nacido porque este ser tan especial es capaz de nacer donde le plazca sin dejar de ser villacurano. ¿Es regionalista? Sí, porque se siente orgulloso de lo suyo y seguro de lo que es, pero todos los días trabaja por Venezuela y la ama sobre todo y ante todo.Nunca hables de él sin conocerlo. Es  tenaz, laborioso, noble, soñador y tierno. Es un ser fascinante, te lo juro: ES UN VILLACURANO…


Foto: José Meléndez
Foto: José Meléndez

Bolívar, el más grande de los nacidos de los hombres

Un 24 de julio, el de 1783, bajo el signo del León y en el momento más alto del año, Simón Bolívar abrió sus ojos a la furiosa luz parpadeante de Caracas. Fue a la sombra azul del Ávila. Desembocaba el alba sobre el valle "como una vieja turba de leones".
Mucho se ha escrito y se seguirá escribiendo sobre Simón Bolívar, pe­ro siempre su figura aparecerá mol­deada a semejanza de un Dios. Bolívar fue el héroe, en el sentido mítico y semidivino que tuvo esa palabra para los antiguos. El héroe que se empina sobre la tierra y se alza sobre su voluntad, hasta poner su mano en la región de los dioses. El que toma el timón de la historia y la hace a su imagen y semejanza. El que pisa con paso seguro y leonado, la frontera magnética de la geniali­dad. El que se convierte para todo el mundo en meta suprema de la ac­ción y norma secular de la conducta.
Nos han señalado al Bolívar guerrero, estadista, romántico, difi­cultoso, político, conservacionista, etc. ¿Y es que acaso en algún lugar del mundo sienta alguna nación la veneración por una figura histórica como la sentimos nosotros por Bolí­var?
No se puede negar que nuestro Libertador, fue un ser humano de extraordinarias cualidades, pero al fin de cuentas un hombre, con un corazón tan inmenso y profundos sentimientos para amar.
La vida de Bolívar tiene matices, tonos, visos, aspectos, rostros tan variados, tan distintos, tan particu­lares, tan extraños, que no hay paso en su existencia que no provoque estudiarlo, analizarlo, porque de ca­da huella de sus pisadas surge un valor, una lección, una luz: culto a la verdad, respeto a la ley, amor a la justicia, reverencia a la libertad y veneración a la persona humana, con todos sus derechos y deberes.
Cada discurso, proclama, confe­rencia, aviso, decreto, carta, eran ecos sonoros que conmovían a los sabios, herían a los traficantes de la justicia, acribillaban a los rebeldes, dirigían a los intelectuales y amoti­naban a los mediocres.
Bolívar atravesaba todas las tempestades contra sus obras, contra su pluma, contra su palabra, con la inmutabilidad de la moral que ense­ñaba, con la firmeza de la justicia que exponía, con la entereza de la verdad que proclamaba, con el sabor y la alegría de la libertad que predicaba.
Criollo ecuménico, americano universal, Bolívar es el más grande de los nacidos de los hombres. Hizo de su existencia un friso delirante. Clásico y romántico, ávido y sobrio, suave y terrible, es el desmesurado, el sin medida. Su ha­zaña vital se desborda sobre Améri­ca como un Amazonas del espíritu de la biología. De pie sobre su siglo tenía una mano sobre el corcel alado del futuro. Se asomó a los espacios abiertos del vaticinio.
Bolívar amó la naturaleza. Esa misma naturaleza en la que los hombres alimentan sus pasiones, siembran el odio, viven con riesgo la hermosura o lo fatal. La naturaleza donde se incuban el amor y la muerte, la naturaleza de su país que él reencuentra en sus viajes a otras geografías.
Bolívar empapó estas tierras de historia, de cultura y de porvenir, las dotó de sentido y profundidad. Era tan sólo nuestra América, antes de su advenimiento, una delirante geo­grafía, un fabuloso territorio habita­do por patéticos hombres indo-espa­ñoles que confusamente aspiraban a alzar su cabeza sobre el nivel de la historia. Si Cristóbal Colón completó la redondez geográfica del mundo, Bolívar completó su redondez histó­rica y espiritual. América nace ar­mada y resplandeciente de su pecho como Minerva de la mente de Júpi­ter. Por eso las ideas y los vaticinios del Libertador parecen llamarnos desde el fondo del siglo XIX como un angustioso clamoreo de campanas hundidas en el mar: piden la presen­cia de una heroica generación ameri­cana que las eleve a la luz vigente, a cénit de cultura, a vértice de histo­ria.
Su proyecto y ensueño unitario de los pueblos hispánicos que miran a los dos grandes océanos del mun­do, está todavía como flotando en el aire y en el tiempo, como imploran­do su encarnación en hechos de cultura, de política y economía. Y se han convertido ahora en la más dramática urgencia para nuestras patrias: como que en ello nos van, nada menos, que la libertad, la independencia, la prosperidad y nuestra permanencia en la historia como signo diferencial.
Pero ahí está hoy todo el vasto y torrencial testimonio de su obra y frente a ella, y frente al que fue su creador, si que no podemos perma­necer indiferentes. Aun tienen vigen­cias sus palabras. Sus augurios se­rán guía de los siglos para América.
Aún se oye, a lo lejos, el compás formidable de su corcel galopando victorioso.
Cuarenta y siete años de patética y ardiente vida mortal le bastaron para elevar el valor hombre a su más sublime tensión.
En estos años terribles se agru­pan nuestras patrias bajo su sombra lanceada para decirle de nuevo: Padre, amigo, maestro, capitán: no araste en el mar, ni edificaste en el viento. Y bendícenos, padre, con tu espada.
Inocencio Adames Aponte