martes, 24 de mayo de 2011

Programa radial latinoamericano "Amistad". Pueden sintonizarnos todos los domingos de 2:00 a 3:00 de la tarde en Radio Adelaide-Australia, 101.5 FM, a través de Internet en
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(hora Venezuela: Sábado 11 pm)
Moderadora: Lcda. Andreina Adames A.

lunes, 16 de mayo de 2011

PREMIO NACIONAL DEL LIBRO - Mención Historia

HISTORIA DE VILLA DE CURA
OBRA DE OLDMAN BOTELLO
PREMIO NACIONAL DEL LIBRO -   Mención Historia
Asesor Editorial - Portada: Inocencio (Chencho) Adames
Publicado por la Alcaldía del Municipio Zamora


            El libro Historia de Villa de Cura, del periodista, educador y académico Oldman Botello, Cronista de Maracay y exCronista de Villa de Cura, obtuvo una mención honorífica del Premio Nacional del Libro en la disciplina de Ciencias Sociales, mención Historia.
            El jurado reconoció la “calidad de la escritura”, el contenido del libro, la calidad editorial y la pertinencia, significación e impacto sociocultural”, de acuerdo con las bases del evento anual auspiciado por el Centro Nacional del Libro, Cenal. El libro fue publicado en las prensas villacuranas de Editorial Miranda, Asesorado editorialmente por Inocencio (Chencho) Adames Aponte y con diseño editorial de la Lcda. Maribel Ovalles; es significativo destacar que en las tres ediciones del Premio Nacional del Libro ha sido favorecida la Editorial Miranda con igual número de galardones.
             La Historia de Villa de Cura apareció originalmente en 1971 como primer libro de los 160 publicados hasta ahora por el autor y es su tercera edición corregida y ampliada, con un hermoso prólogo desde su primera edición escrito por el desaparecido poeta Aquiles Nazoa.
            La edición consta de 362 páginas y numerosas ilustraciones donde se explica pormenorizadamente la historia local de Villa de Cura desde los tiempos prehispánicos, sus orígenes en 1717 y su crecimiento hasta la actualidad. Es el único pueblo del estado Aragua que tiene una monografía completa sobre su devenir histórico.
               El jurado calificador de la mención historia estuvo integrado por Luis Márquez, Director del área de Literatura del Ministerio de la Cultura; Ronny Velásquez, antropólogo; Julieta Cantos, María Teresa Hurtado y Asdrúbal Sánchez. El primer premio lo obtuvo el texto la criolla principal, de la historiadora y académica Inés Quintero Montiel y editado por la Fundación Bigott.La entrega del premio se efectuó en el marco de la II Feria Internacional del Libro, con la presencia del Lcdo. Aristóbulo Istúriz, Ministro de Educación y demás autoridades de la Cultura nacional.

sábado, 14 de mayo de 2011

Hay personas y nombres que forman parte de una ciudad - 2011

No todos pueden conseguirlo.  Son necesarios años de esfuerzos infinitos, de consagración, de acendrado cariño. Son esas personas como los árboles; primero dieron sombra mínima pero cordial en un camino.   Después el  camino fue avenida y con su verde aspecto de campo puro, los árboles van extendiendo sus ramas y haciéndose cada vez más presentes en la vida  urbana.
Viven por que han logrado adentrarse en la tierra, dan sombra porque sus hojas son anchas y sus ramas fuertes. Porque son  generosos, en suma. Quiebran la luz para que el paisaje del cerro EL VIGIA pueda ofrecer todos sus matices y marcar todos los días en la tierra villacurana el paso altivo y cálido del sol.
A esas personas pertenece José Miguel Seijas. Se puede decir que está siempre  visible en la ciudad, su villa, con la visibilidad de la presencia de los hombres verdaderos, y con la altura y la sonoridad de sus propias torres.
Reportero, periodista, locutor, fotógrafo. Amigo por excelencia. Su gesto cordial y su palabra  serena, hacía  menos amarga la amargura o más placenteras las horas de alegría de los ciudadanos que son sus prójimos en el sentido integral de la palabra. Como los árboles, no se puso a  escoger a quien le  daba sombra; como la luz, se esparcía a todos los que han querido oírlo. Con su palabra como antorcha y con su    intelecto claro, no es  solamente un árbol mas de Villa de Cura. Es una de las alamedas de la ciudad, ella es el objeto de su cariño y por eso estará integrado para siempre dentro de sus contornos.
Cada salida durante 33 años de su querido periódico EL VIGIA, era enfrentarse al sol y a los campos como los hidalgos. Era exponer la cara, el cuerpo y el  ánimo a todos los   vientos y tempestades.
Era estar seguro de poder marchar convencido de que se tienen derechos adquiridos al camino. Cumplió una verdadera función ciudadana, pues interpretó con exactitud y elegancia los hechos y nos obligó a todos a pensar en ellos.
No era necesario mucho tiempo para hacerse amigo de José Miguel Seijas, porque su grandeza espiritual estaba en la bondad del corazón.
 Todos creíamos que su salud mejoraría. Dios dispuso otra cosa. Ante sus designios, inclinemos nuestra frente y démosle gracias por haber querido  que esa gran luz de su vida sencilla y humilde brillara por varios años sobre nuestra querida Villa de Cura.
 Descansa en paz, amigo.


Me dio nostalgia la muerte de Sandro - 2010


Hoy tengo ganas de sandrear, de decir algo (así sea lo mismo) sobre ese enorme ídolo de América; creo que por allí atravesando los años y las mudanzas, debe quedar alguna rocola igual a la de Valera y Salomón con sus discos de 45 rpm que marcaron nuestra juventud.
Miré un rato el entierro que mostraban por televisión y escuchaba a un locutor argentino asombrarse de cuánta gente lo acompañaba;  comparaba la multitud con la que acompañó el viaje final del expresidente Alfonsín; en los últimos tiempos -decía-, no se había visto nada igual en Argentina.
Y pensaba que Alfonsín cuyo ejercicio de la primera magistratura fue difícil, no pudiendo dominar los problemas económicos, y debiendo entregar incluso antes de tiempo el poder a su sucesor electo, lo desempeñó con una honradez tal que debe ser el único expresidente argentino de los últimos 30 años a quien no acusaron de nada, al dejar el poder marcó un perfil bajo, apareciendo únicamente cuando su gestión era necesaria, desapareciendo poco a poco de la vida pública. Pero nunca ni mientras presidente, ni después, se le vio en el candelero del escándalo, no aparecía en los programas de chismes, ni en las revistas sensacionalistas.
Sandro mantuvo su estela con quienes lo admiraban sin necesidad de hacer escándalos públicos, incluso con el pudor de jamás hablar de su vida íntima. Únicamente en los últimos tiempos y ante su enfermedad, se conoció el nombre de su compañera de vida, con quien se casó. Pero tampoco hubo nada mediático en ello. Y sin embargo enfermo, habiendo perdido, como todos a quienes nos pasan los años la imagen que lo hizo acreedor al mito de Sandro el gitano, en cada presentación que hacía llenaba totalmente los teatros. No recurrió a cirugías que le desfiguraran la cara en un intento indigno de aparentar lo imposible. ¿Cómo puede alguien que tiene más de 50 o 60 años pasar por 30?.
Tampoco necesitó contar las peleas con su mujer, que las habrá tenido seguramente como cualquier persona normal. Ni siquiera una vez fue a contar si salía con esta o aquella. Nunca apareció en un jacuzzi espumoso aparentando ser sexy, simplemente cantaba, eso únicamente entregaba desde los escenarios. Envejeció con honradez y lamentablemente su enfermedad se lo llevó, de lo contrario seguiría cantando y llenando teatros únicamente gracias a sus canciones. Canciones que nos llenaron.
Y así seguía yo pensando, hoy que los medios logran imponernos sus costumbres con estrellas siliconadas, que van a la televisión a contar en voz de cuello sus intimidades, en un intento desesperado de lograr lo que no pueden con sus canciones o bailes, con arte o sin él, seguramente que más de esto último, y vemos aparecer en poses sensuales a personajes de la tele, e incluso políticos, contándonos sus avatares amorosos, pensaba decía, cómo una multitud en Argentina acompañó el  velatorio de dos hombres que justamente en su vida hicieron todo lo contrario.
¿Podrá ser que el futuro nos depare, allende el río y desde esta vera, un restablecimiento de valores morales, de esos que no necesitan religión, pues están inmersos en la esencia del hombre, y de todas las religiones que él ha creado?.  ¿Andará esa multitud tras esos valores de respeto por uno mismo y por los demás, de dignidad, de la irrenunciable vocación por la privacidad de la intimidad, de misericordia ante los avatares de la vida, todos esos por los cuales estos dos señores argentinos, hicieron culto toda su vida?
Sí, me dio tristeza la muerte de Sandro el gitano, el puma, el eterno amante, el hombre con los labios de rubí. El que agoniza por ti, en "Rosa Rosa, tan maravillosa"; el molino de tu amor, en "Trigal"; el que piensa que "Una muchacha y una guitarra" no le deben faltar; el que tiene un mundo de sensaciones que te quiere regalar. Sandro combinó virilidad con romanticismo y una pizca de misterio en una fórmula de largo alcance que lo hizo llegar donde soñaba: al Madison Square Garden, en Nueva York, convirtiéndose en el primer artista latino en actuar y llenar este famoso estadio, actuando en vivo en dos recitales, frente a más de 250.000 espectadores y que también fue la primera transmisión vía satélite de un cantante en la historia del satélite en todo el mundo. Con una fama que se extendió por todo el universo, se convirtió en ídolo y representante del continente, comenzando a ser conocido con el nombre de Sandro de América. Sandro, junto con Leonardo Favio y Palito Ortega, conformó una trilogía inolvidable de la época de oro de la música juvenil argentina. Pero mientras Favio se dedicaba al cine y Palito Ortega se convertía en exitoso empresario y posteriormente en político, Sandro arribó a la edad madura con sus botas firmemente ancladas sobre el escenario. Se cansó de llenar teatros, vendió discos por toneladas y su fama no conoció límites.
Fue en 1998 cuando se descubrió la enfermedad que sufría a causa del cigarrillo y lo alejó de los escenarios de forma temporal. Once años después, esa enfermedad acabó con su vida. No con su mito, que vivirá por siempre.
No llegó. Logró el transplante, pareció que su salud mejoraba, pero no: finalmente, tras dos operaciones consecutivas, el fuego de Sandro se apagó. Al gitano, hacedor de incontables milagros, lo esquivó la diosa fortuna y no le permitió realizar el último, el más difícil de todos: la supervivencia y el consiguiente regreso a los escenarios. Y de esta manera, el hombre y el mito quedaron definitivamente separados. Roberto Sánchez (que así se llamaba) llegó a la última estación, pero Sandro continuará por siempre arrebatado de pasión, riendo como un diablillo que planea su próxima aventura, mirando con esos ojos de fuego y, sobre todo, cantando uno de los repertorios más extensos y conocidos de la historia de la música pop argentina.
Para despedirlo, tarea ardua y difícil, sólo cabe cumplir con su deseo cantando: "No quiero que me lloren/ cuando me vaya a la eternidad/ quiero que me recuerden como a la misma felicidad". Desde ahora, su espíritu está en el aire, entre las piedras y en el palmar… En esa explosión de metáforas, con fondos de rocola sinfónica, llamada por Sandro "Penumbras", no puedo evitar tararear: "La noche, se perdió en tu pelo/ la luna, se aferró a tu piel/ y el mar, se sintió celoso/ y quiso en tus ojos estar él también".
A este adulto que hoy soy, la trayectoria y su vida, -la que recorrió por todos los países de América y el Caribe, incluyendo Estados Unidos y Canadá, hasta el señor mayor y enfermo que llenaba teatros, que estuvo apenas un escalón debajo de Gardel-, me resulta digna, admirable y por sobre todo respetable.


JUSTA PETICIÓN DE LOS VILLACURANOS


JUSTA PETICIÓN DE LOS VILLACURANOS
AL PRESIDENTE HUGO CHÁVEZ

En Villa de Cura, capital del municipio Zamora del estado Aragua hace rato que entramos en el siglo XXI, pero seguimos siendo una ciudad del siglo XIX no sólo en la fisonomía sino en el atraso y en la ineficacia.
Como muy bien lo expresa el profesor Antonio Cabanillas: “El principal recurso conque históricamente contamos es nuestra posición geográfica, ocupamos un espacio privilegiado que comunica a los Valles de Aragua con los Llanos; esta situación nos permitió desarrollar a finales del siglo XIX una amplia área económica y comercial que llegaba hasta el bajo Apure. A mediados del siglo XX, gracias a la economía pe­trolera desapareció nuestra área de influencia y perdimos el dinamismo geoeconómico”.
La cuarta república nos castigó con fuerza y en vez de una universidad nos cons­truyó la cárcel de Tocorón; el relleno sanitario más grande de Latinoamérica en la entrada de la ciudad (violando todas las normas legales y al cual valientemente los villacuranos nos hemos opuesto a su funcionamiento por considerarlo una ofensa a nuestro gentilicio); y por si fuera poco nos ha sido negada la incorporación al Sis­tema Pao-Cachinche que solucionaría de una vez por todas el eterno grave problema del agua (aunque Ud. no lo crea tenemos la represa de Tierra Blanca, pero es para darle agua a San Juan de los Morros ¿y Villa de Cura qué?).
Somos un pueblo olvidado y sin dolientes, no tenemos quien nos defienda, nuestra orgullosa ciudad fue a fines del siglo XIX una de las más importantes del país, ca­pital del Gran Estado Guzmán Blanco que abarcaba los estados Aragua, Guárico, Miran­da y Nueva Esparta (increíble, pero cierto) y fue fundada hace 289 años nada más y nada menos por el abuelo paterno de nuestro Libertador Simón Bolívar, don Juan de Bolívar y Villegas quien de paso generosamente donó las tierras.
Señor Presidente Hugo Chávez Frías, estoy firmemente convencido que su máxima obra de gobierno es el ferrocarril; actualmente se están construyendo miles de kiló­metros de vías férreas (quizás todavía los venezolanos no valoramos la magnitud de tamaño proyecto, culpa de la escasa publicidad si es que existe). A nuestro estado Aragua le corresponden 117 kilómetros y el trazado de la nueva vía conectará a Cagua, La Victoria y Las Tejerías con la estación Charallave-Caracas. De Cagua se conectará con San Juan de los Morros. ¿Y cómo queda Villa de Cura? Por fuera, marginada, como siempre.
Señor Presidente: Ud. quiere a Villa de Cura. Aquí nació Juan de Dios Agraz, cor­neta de órdenes del Libertador quien peleó en Pichincha, Boyacá, Carabobo y se fue detrás de Zamora y el indio Rangel a pelear contra los oligarcas, un batallón de co­municaciones en Fuerte Tiuna lleva su nombre. Aquí tenía su bodega el General del Pue­blo Soberano Ezequiel Zamora, cuyo nombre orgullosamente lleva nuestro municipio, todavía en estas calles suenan los cascos de los caballos federales. Aquí nació el sacerdote Juan Antonio Díaz Argote, diputado al Congreso y único aragüeño firmante del acta de independencia en julio de 1811, nuestro máximo representante en este bicentenario próximo a celebrar. También aquí nació y vive, presidente, su tía-abuela doña Ana Domínguez de Lombano muy lúcida y próxima a cumplir 98 años, digno ejemplo de la mujer villacurana, única hija viva del general Pedro Pérez Delgado “Maisanta”, el americano, el último hombre a caballo, luchador  insomne por la vida y la política, quien vivió aquí en Villa de Cura hacia 1910, dedicado a la compra-venta de ganado,  una leyenda en los llanos venezolanos, su bisabuelo, justamente reivindicado por usted.
Señor Presidente, para noviembre del próximo año está previsto el inicio del tra­mo ferroviario que comprende desde Cagua hasta Maracay, Mariara y Puerto Cabello ¿Por qué tomando en cuenta nuestra posición geográfica el Instituto de Ferrocarriles del Estado no incluye una Estación en Villa de Cura en el trazado de la nueva vía? Usted tiene la palabra, puede ayudarnos y tiene con qué, dé la orden. Se reactivaría el em­pleo y generaría el crecimiento en la economía local y como lo dijo el profesor Omar Hurtado en su libro sobre Villa de Cura: “Lo que nos interesa destacar es que la factibilidad de este proyecto depende que La Villa, que se convertiría en el punto obligado de contacto entre los ejes carreteros que predominarían al norte y los ferrocarrileros del sur, volvería de nuevo a disfrutar de una destacada posición como espacio clave para las comunicaciones y vería redefinir su área de influencia sobre los espacios llaneros como históricamente ha funcionado y que sólo las distorsiones del petróleo han podido disminuir".
Señor Presidente, quiero terminar esta justa petición en nombre de todos los villacuranos, la cual estoy seguro que someterá a su consideración, con un verso dedi­cado a Villa de Cura del Dr. Aníbal Paradisi eximio poeta que amó profundamente a nuestro pueblo:
Incrustado en el camino
que va del Llano a Caracas,
es un terrón de futuro
sobre una astilla de Patria.
Espero su respuesta,
Compatriota

lunes, 9 de mayo de 2011

Luis Manuel Alvarado y Billo - 2011

A mi comadre Rafaela, con afecto

Eli Méndez junto a Luis Manuel Alvarado.
Su corazón se quedó a la mitad del camino. Su voz y su mensaje nos quedó a los villacuranos. Se quedó con nosotros cantando y haciendo cantar a las gentes a través de su popular programa “Mano a mano con Billo”.
Coincidimos el domingo de carnaval junto a la plaza del águila y me habló con indignación del deterioro de las condiciones humanas y físicas de Villa de Cura. Fíjate, me dijo, señalándome la plaza y el busto del fundador Juan de Bolívar y Villegas, eso es una grosería, le pintaron bigotes; el reloj de la iglesia no funciona; se robaron el monumento del águila ¿el gobierno municipal no está en el deber de defender los valores históricos y culturales? Y las calles, todas con huecos, se llenaron de buhoneros… Bueno, me voy, después seguimos hablando… Tenemos que hacer algo me dijo.
No pudimos seguir hablando. Un día de marzo se marchó Luis Manuel. Sí, se nos fue callado, sin decirnos adiós. Justo y merecido reconocimiento le rindió la Sociedad de Cargadores del Santo Sepulcro, a la cual perteneció y luchó junto a ellos por la adquisición y remodelación de la Casa del Santo. Allí, frente a la sagrada imagen, pueblo y devotos acompañamos su féretro. No derramamos lágrimas, por nuestras mejillas corrían las notas musicales del Popule Meus.
La noche de ese día era de luna llena. San Pedro invitó al maestro Billo para que lo acompañara a darle la bienvenida a Luis Manuel. Al verlo llegar, Billo subió a la nube más alta y le dedicó esta canción:
“Epa Luis Manuel, buena broma que me echaste,
el día que te marchaste
sin acordarte de mi serenata.
¡Epa, Luis Manuel!, cuando vuelvas por La Villa
explícale a las muchachas
que te fuiste lejos sin decir adiós.
y sigo pensando que ese viaje tuyo,
no era necesario; ahora que Villa de Cura
está cumpliendo 289 años.
¡Epa, Luis Manuel!, por las calles de los cielos
en tu programa de radio
la cuerdita nuestra te recordará”.
Luis Manuel, sonriendo, para no quedarse atrás le cantó al maestro:
“¡Ay!, anoche salió la luna por la esquina de La Villa, como esa luna ninguna, no se encuentra ni en Sevilla. Luna, mi luna gitana, mi lunita villacurana. Si pasa por tu ventana, dile que muero por ella. Dile que me está matando con su boquita de grana; dile, lunita gitana, que tiene en sus ojos fulgores de estrella. Dile, luna villacurana, si me sale dueño, que muero por ella”.
Allá lejos, se oyó la voz de Dios: “Billo, dile a Luis Manuel que a partir de hoy se trasmitirá desde aquí del cielo para todo el mundo sus dos programas: “Los cargadores del Santo Sepulcro” y ”Mano a mano con Billo”, está contratado”…

AQUELLOS CINES DE LA VILLA - 1996

Teníamos los sueños recientes y ancha la imaginación cuando, por primera vez, El cine, que es una de las más altas maneras del hechizo, nos cambió el mundo. Creo que para bien. Pasamos entonces de los juegos sim­ples de calle, como los del escondido y otros también muy inocentes, a otros de más rango en la escala de los asom­bros. Y aquéllos se fueron enriquecien­do con aportes de películas del Oeste, o del imperio romano, de aquellas que llamábamos, con un lenguaje gráfico de esquina, de "capa y espada", y así, la cuadra se fue poblando de persona­jes y paisajes escapados de la pantalla grande, que se hospedaron en nuestro corazón.
Y el cine se nos ofrecía como una selva virgen, ignota, que había que ex­plorar. Y esas suertes de safaris -ah, ¿recuerdan esas expediciones que ha­cíamos a lomo de elefante de fábula en las películas de Tarzán?- las realizá­bamos los domingos, con un despertar de campanas que repicaban en lo más hondo de la muchachada. La vesperti­na nos esperaba con su cargamento de fantasías, algunas de las cuales tenían que ver con los suplementos de aventu­ras que intercambiábamos a la entra­da del cine y con la compra de algo­dón de azúcar y otras maravillas de la dulcería popular.
Entrar al cine -en los tiempos aque­llos en que la televisión todavía no le había enflaquecido el magín a la chi­quillada- era penetrar en universos infi­nitos de alucinaciones y deslumbra­mientos. Era como traspasar la puerta en el muro, tal como nos lo contaron H. G. Wells, en uno de sus relatos: al otro lado había una especie de paraíso, de país de las maravillas, que nos am­pliaba el embeleso y nos estimulaba la capacidad de invención.
Por eso, y por innúmeros aspectos más, el cine de pueblo era la posibili­dad de soñar al por mayor, de tener una feria permanente de ilusiones, un lugar en el cual habitaban todos los dioses de la imaginación. Olimpo de butacas de madera, con balcón y gale­ría. Quien lo haya vivido no podrá ol­vidar nunca el vocinglerío en la pe­numbra, antes de comenzar la pelí­cula del domingo por la tarde, ni la música del preámbulo, tal como, por ejemplo. La Danza de las Libélulas o La Leyenda del Beso. Ni ese grito colectivo al apagarse las luces y que­dar todos, boquiabiertos, a la expec­tativa, mirando discurrir las imágenes sobre tiniebla apasionante. Nos con­vertíamos en viajeros de mundos nue­vos, en expedicionarios de la fascina­ción.
Los cines -o teatros- de La Villa marcaron con su impronta de magia a va­rias generaciones. Uno se creía ya un adulto (o un hombre, como se decía antes) al pasar de la ves­pertina a la función de la noche. Cualquier rayoncito en la pantalla era rechiflado, lo mismo que algún intempestivo corte. Cuando había besos -dul­ces besos que en el cine han sido- fílmicos, la patota se rechupaba, ha­cía ruidos con la boca, onomatopeyas del óscu­lo, en fin. "Se quedaron pegados", gritaba algún guasón cuando Débora Kerr le daba un beso de aquí a la eternidad a Burt Lancaster. Y, si por algún desperfecto técnico, se suspendía momentánea­mente la proyección, en­tonces se armaba un despelote en la sala que podía terminar con la silletería en pedazos, o en una guerra fratricida con metras, cotufas, o frag­mentos de helado. Había cierta luminosa candidez en todo aquello.
Eran cuantiosos los encantos. Los cines de La Villa, con sus taquillas atendidas por señoras de caras enig­máticas, eran una convocatoria a vi­vir en permanente estado de embru­jo, de apertura o numerosas atrac­ciones. Sin salir del contorno urbano, uno se podía embarcar en el Nautilus, o en las naves de Ulises; o de la mano de Raquel Welch viajar por el interior del cuerpo humano, en un crucero de fantasía. Y nos íbamos aprendiendo nombres imborrables. En los esqui­nas hablábamos -y de algún modo misterioso queríamos imitar a diver­sos actores- de John Wayne, Yul Brinner, Víctor Mature, Gordon Scott, Audie Murphi, Kirk Douglas... y nos enamorábamos de Claudia Cardinale y Sophia Loren y Liz Taylor, aja y de la inolvidable Marilyn, caramba que el cine también nos llenó de amores de celuloide el alma juvenil.
Si es que era toda una aventura el poder mirar las carteleras, con sus fo­tos luminosas, en las cuales los acto­res nos invitaban a imaginar otros uni­versos. Era como presagiar las emo­ciones. Un abrebocas de la fantasía. Además, el cine era un lugar de encuentro para intercambiar sueños y sentir que el mundo iba más allá de las esquinas y las aceras, y se exten­día hasta un cielo lleno de estrellas cinematográficas.
Ese local, generalmente de eleva­dos techos, con una entrada de afiches, silletería de madera burda -en la galería a veces eran bancos de iglesia-, con una pantalla tan ancha como la imaginación de la muchachería, enaltecía al pueblo, le daba un aire de importancia. Para uno era un orgullo vivir en un pueblo con teatro incorporado. Con ese tem­plo paro oficiar profanos asombros.
Hoy, todos los cines muertos (Ayacucho, Central, Sucre o Pineda) -y lo peor, sin esperanza de resurrec­ción- han dejado en el pueblo una herida, que aún no cicatriza. Y que sangra en la nostalgia de cada uno. Sin embargo, siguen siendo como una hermosa vieja canción, o tal vez como el primer amor, que uno nunca olvida.

Quiero un pincel de azabache! - 1990



Arcadia Teresa

Para mi madre, vivir es crear e inventar la pro­pia vida, es saber por qué se vive, es estar en el mundo con alegría y optimismo; por eso abre su corazón y su mente a las dimensiones del mundo y en él deja la huella de su profunda vida en Dios.
Ella siente y vive en carne propia el sufrimiento de sus semejantes, comprende, ayuda y ama a los menos favorecidos, a los disminuidos y a los mar­ginados, descubriendo en ellos el rostro de Dios y sirviendo con alegría y entusiasmo.
Como cristiana no tiene fronteras con su próji­mo, escribiendo su historia, no con palabras, sino con una vida entregada en la que la fuerza del equi­librio le permite obrar sin sentirse héroe ni víctima
Dotada de carismática autoridad nos imprime indeleblemente a nosotros la hidalguía de una raza. Demostrándonos que no es evadiendo las dificulta­des, sino más bien afrontándolas, como se puede vencer la propia batalla humana. Siente la necesi­dad de dejar una huella de su paso entre nosotros y qué bien sabe dejar esa huella de su huella.
Silenciosa y discreta colabora con casas de be­neficencia y obras sociales. Esposa ejemplar, madre solícita, es bastión del hogar. Ella, como la mujer fuerte del Evangelio sabe con sus trabajos y esfuer­zos progresar con todos nosotros, no sólo en el te­mor de Dios, principio de la sabiduría, sino en el progreso humano y material. No gusta de lisonjas humanas porque su gozo y alegría es el amor a Dios y a sus hermanos. Madre:
Quiero un pincel de azabache
 para pintar tus ojitos...
Para pintar tu sonrisa
quiero un pincel de alegría;
y que tus labios benditos
me roben el alma mía!                      

Un cambio de tiempo - 1981

Inocencio Adames Barrios
Mi viejo concebía la vida como una antesala del más allá, en la cual se jugaba el todo por el todo, según la manera de vivirla. Bueno y malo eran los polos que le ofrecía la religión para encasillar su concepto de la ética y, por tanto, para escoger el derrotero de con­ducta. Escoger es un modo de expre­sarlo, en homenaje a la libertad.
Realmente ese camino, el del bien, que siempre se asoció a las piedras duras y a las espinas punzantes, lo habían prefe­rido los lejanos abuelos. Decir moral era decir herencia, rectitud, honesti­dad, y todo venía de atrás, con la fuerza de la tradición, con el vivo calor de la sangre.
Honor, virtud, probidad y fe en Dios, eran formas del bien, formas de ser y de vivir. Desde temprana edad salió de su casa provinciana para lu­char por la vida. Por su propia vida y por la de los demás, ya que era virtud suya ofrecer ayuda y ejercitar el bien en la medida de lo posible. La inquietud temperamental y el afán de ser útil le llevaron a ejercitarse en los más diver­sos oficios: vendedor de periódicos, de billetes de lotería, boxeador y limpia­botas, hasta que se inicia en el difícil aprendizaje de la imprenta, bajo las órdenes de José L. Sanabria Méndez -mi padrino- quien guió sus primeras andanzas en este bello arte de la letra impresa.
Mi viejo está unido a la imprenta, como la devoción mayor de su existencía. Desde su comienzo en 1932 en la Tipografía La Esperanza y después cuando funda la Editorial Miranda el 19 de enero de 1942; junto a José L. Sanahria M., Vinicio Jaén Landa y Juan Inocencio Torres, en esos 39 años (1942 - 1981) todos sus actos de impresor y hombre, llevan, siempre el legítimo timbre del esfuerzo, la hones­tidad, el buen gusto, el talentó y el espí­ritu cívico. Pudo haberse equivocado alguna vez, pero en su conducta apare­ce de un modo transparente la limpieza de las intenciones y la solidez de sus razonamientos.
Como impresor y editor, siempre al servicio de su fervor por Villa de Cura en camino de mejoramiento y perfec­ción, las publicaciones salidas de sus prensas pueden parangonarse con las de cualquier gran taller coetáneo, y si pensamos en la escasez de recursos con que operaba, se nos hace todavía más estimable.
De palabra fácil y mentalidad amplia fue hombre que supo orientar. Tenía el orgullo recóndito de su linaje para afirmar que por él sólo le estaba prohibida toda indelicadeza, toda falta al honor, todo acto que pudiera man­char su moral. Tenía la obligación de decir la verdad hasta los límites de la imprudencia. Desde la infancia mañanera oí decir en el pueblo que su característica era la amistad y la franqueza.  Donde el viejo ponía la palabra, clavaba la verdad y se clavaba él mismo.   Nadie fue más fiel para cumplir promesas. Un día le juró amor a una muchacha del pueblo (Aponte por todos los flancos) de nombre Arcadia. Ella le dijo que sí; se casaron y vivieron juntos casi 36 años.  Pero lo que se dice vivir y lo que se dice juntos.
Ese querido viejo era mi padre. Y no puedo decir más porque me deses­pera el nuevo tiempo de los verbos: fue, era, tenía... yo tenía un padre que te­nía su orgullo en la franqueza, en el respeto a la verdad, en la honestidad más puritana, que fue la consigna que enarboló como una bandera a lo largo de toda la trayectoria de su vida.
Vivió en paz, digna y modestamen­te, satisfecho de su rectitud; y así me educó, esta vez se ha ido por el camino infinito de paz y tranquilidad.
Cierro con el recuerdo, o más bien la memoria, de un pensamiento suyo: "En nuestro ser si hay un hálito de vida, ésta tiene una sola finalidad, por el que alimenta su propia existencia, por el que lucha hasta llegar a la verda­dera meta, que es la real felicidad; ésta es: LA MUERTE".

La señora Mariana - 2011


A sus hijos Marianina, Santina, Salvador y Antonia,
con afecto.


Mariana es una maga del tiempo. A sus 83 años, todavía la agenda la tiene ocupada.  Es que empieza muy temprano, la veo cuando va de regreso de sus largas caminatas. El tiempo, ese que para mí es difícil de manejar, le al­canza para todos y para todo. Y es que ella, está como los árboles en cose­cha, llena de frutos para dar.
Es una luchadora incansable, tenaz, en plena actividad en su librería "Mariana Modas". Decente, intachable, correcta, cumplida, cariñosa y com­prensiva, en una sola palabra: ejemplar. Y eso, exactamente, ha sido la señora (me niego a llamarla doña) Mariana Storaci; nacida en Cazorla, pero es Villa de Cura uno de sus grandes amores, a la que ha entregado todo su esfuerzo y sus obras, dedicada desde hace más de treinta años como Catequista y Evangelizadora de Primera Comunión, es miembro de la Sociedad del Santísimo Sacramento y Ministro de la Comunión de la Parroquia San Luis Rey.
La he visto cuando anda con el cuerpo de Cristo, sus ojos brillan con la intensidad que reflejan los primeros rayos de Sol en un estanque claro en la mañana. Con voz pausada, pero firme, sus palabras revelan el mapa de una vida basada en principios y valores, que han marcado la ruta con tinta indeleble en las muchas otras existencias que la han escuchado, se han sensibilizado y siguen su mismo camino.
Es increíble que la señora Mariana, teniendo la edad que tiene, tenga tanta vitalidad, tantas ganas de trabajar todos los días. Ella es auténtico ejemplo de lo que es ser buen cristiano. Gran mujer, maestra y modelo de constancia, dedicación, tenacidad y fortaleza para sus hijos, nietos y las nuevas generaciones de Catequistas.  Qué dicha es llegar a tener 83 años de esa forma, con esa lucidez.
Hoy, como el primer día, quienes se detienen en la mirada de Mariana, ven a una mujer para la cual todas las personas son importantes, una mujer excepcional con todo el mundo, una dama que transmite paz, esperanza y soli­daridad, que piensa en un mundo mejor para todos, no desde los radicalismos sino desde el afecto y la igualdad.
Mariana Storaci ha recibido muchos reconocimientos que dan testimonio del efecto que ha causado su vida en la historia de la ciudad. Mención espe­cial el merecido y justo homenaje a su labor como Catequista y Evangelizadora que le rindió el Párroco, Padre Salvador Rodrigo.
Hablar con ella es dejar que la palabra se llene de vitalidad, porque descubre su alma sin pena y, también, deja ver que a sus años lo que todavía tiene es ánimo.
Esta señora de la sonrisa grande y los ojos brillantes va de un lado a otro regalando felicidad. Sus obras son muchas. Es una especialista en sacar adelante proyectos humanitarios. Es una voluntaria incansable. Una señora desprendida de las cosas materiales. Una mujer que le hace juego a su nombre: la devoción mariana. Para ella la mejor de las bendiciones de Dios.

CEJOTA Y SUS SUEÑOS DE COLORES - 2010


Y entonces se fue quedando en el sueño por toda la eternidad y en la muerte soñó que llegaba a un día azul como su camisa, como las medias de hilo, como la cortina de colores de la ventana que daba  a la parte de atrás de la casa: fresca y grande, como los días que recordaba en la plaza Miranda (entre música de retretas  y risas, entre miradas a las muchachas florecidas), él muy tímido, perfumado con una loción de flores blancas y una sonrisa que le pulí la  nariz.
Se murió, sí señor, sin que se  lo pelearan entre ángeles y los demonios, sin gente haciendo cola para romper el silencio con murmullos, ni rezos rebotando en las paredes. Soñando, se murió soñando y en los sueños de colores visitó a todos sus amigos de antes y después, los de sueños y de farras, los de tristezas y desfiles, los cómplices en amores y los que no decían ni sí ni no; recorrió las nubes blancas, verdes, azules, rosadas, violetas, amarillas y subió más arriba que el sol y las estrellas, donde están sus pinturas, bailando una salsa, con el calor de un vinillo en la sangre y alguna picardía en  los ojos. Se murió el artista, el más grande y universal de los pintores villacuranos, cobijado por mil sonrisas, y sintió cantos de huríes, vientos frescos con rumor de canciones turpialeras, que cuando se muere un pintor como él, el mundo se hace de nuevo y el cielo se llena de fiestas donde todos bailan y cantan, ríen y brindan por la vida, saltan y se sienten niños, como las rondas  de  sus  pinturas.
Se dice también que no anochece ya nunca jamás porque la luz es tanta como la de sus cuadros iluminados en todos los hogares de su pueblo, como las cuerdas brillantes de una guitarra, como la música que no termina, como un amor juvenil, como una eternidad en calma, como un potro que se alebestra, como un cantor que es canción  por  siempre.
Morirse en Villa de Cura, mirando el cerro El Vigía o recordándolo como se recuerda la piel de una mujer (sintiéndola perfumada, recorrida, amada), es entrar al paraíso sin pasar por porterías ni permisos, sin la carga de una indulgencia ni el juicio de haber vivido, es vivir ya (y por fin) sin que otros le calculen a uno la muerte ni los años arrepentidos. Se murió en el sueño soñando cosas de colores. Se fue caminando entre los peregrinos y la procesión del Santo Sepulcro y los campos se le hicieron más limpios y verdes y las ciudades más cortas y blancas con mares azules dando canciones en su choque de espuma contra la arena y en la muerte soñada de colores le nació el alma. Y, más allá, cuando cabalgaba un purasangre por encima de las nubes, con un poema de JM entre los dientes y una corona de alegrías en la cinta del sombrero, el soñador muerto (ahora eternamente vivo), se volvió un Reverón y hubo poemas recientes en el aire, palabras renovadas para el pintor cotidiano, el de sus cuadros y sus tallas (para el artista de orfebrería fina) que se hizo libre en su último sueño, tan vivo como una mirada deleitada por el asombro.
Había que verlo sonreír y hablar a los atardeceres y a los primeros soles, repartiendo colores y pájaros, como si cada día fuera una creación del mundo. Y todos lo veíamos por las calles de su Villa, regresando con una sonrisa plena, caminando corto, saludando con la mano, lleno de toda la felicidad del mundo.
Carlos José Martínez, Cejota, ya no se moriría nunca jamás, se olía en esos perfumes de colores. Y en el brillo de sus ojos, en esa forma de mirar como si fuera a convertir las palabras en una bandada de pájaros venidos de otros cielos. Desde la noche de candiles amarillos de Las Tablitas se ve más allá de sus calles una extraña claridad móvil de cocuyos. Si se aguza el oído se escuchará distante una dulce música  llena  de  colores…