Inocencio Adames Barrios |
Realmente ese camino, el del bien, que siempre se asoció a las piedras duras y a las espinas punzantes, lo habían preferido los lejanos abuelos. Decir moral era decir herencia, rectitud, honestidad, y todo venía de atrás, con la fuerza de la tradición, con el vivo calor de la sangre.
Honor, virtud, probidad y fe en Dios, eran formas del bien, formas de ser y de vivir. Desde temprana edad salió de su casa provinciana para luchar por la vida. Por su propia vida y por la de los demás, ya que era virtud suya ofrecer ayuda y ejercitar el bien en la medida de lo posible. La inquietud temperamental y el afán de ser útil le llevaron a ejercitarse en los más diversos oficios: vendedor de periódicos, de billetes de lotería, boxeador y limpiabotas, hasta que se inicia en el difícil aprendizaje de la imprenta, bajo las órdenes de José L. Sanabria Méndez -mi padrino- quien guió sus primeras andanzas en este bello arte de la letra impresa.
Mi viejo está unido a la imprenta, como la devoción mayor de su existencía. Desde su comienzo en 1932 en la Tipografía La Esperanza y después cuando funda la Editorial Miranda el 19 de enero de 1942; junto a José L. Sanahria M., Vinicio Jaén Landa y Juan Inocencio Torres, en esos 39 años (1942 - 1981) todos sus actos de impresor y hombre, llevan, siempre el legítimo timbre del esfuerzo, la honestidad, el buen gusto, el talentó y el espíritu cívico. Pudo haberse equivocado alguna vez, pero en su conducta aparece de un modo transparente la limpieza de las intenciones y la solidez de sus razonamientos.
Como impresor y editor, siempre al servicio de su fervor por Villa de Cura en camino de mejoramiento y perfección, las publicaciones salidas de sus prensas pueden parangonarse con las de cualquier gran taller coetáneo, y si pensamos en la escasez de recursos con que operaba, se nos hace todavía más estimable.
De palabra fácil y mentalidad amplia fue hombre que supo orientar. Tenía el orgullo recóndito de su linaje para afirmar que por él sólo le estaba prohibida toda indelicadeza, toda falta al honor, todo acto que pudiera manchar su moral. Tenía la obligación de decir la verdad hasta los límites de la imprudencia. Desde la infancia mañanera oí decir en el pueblo que su característica era la amistad y la franqueza. Donde el viejo ponía la palabra, clavaba la verdad y se clavaba él mismo. Nadie fue más fiel para cumplir promesas. Un día le juró amor a una muchacha del pueblo (Aponte por todos los flancos) de nombre Arcadia. Ella le dijo que sí; se casaron y vivieron juntos casi 36 años. Pero lo que se dice vivir y lo que se dice juntos.
Ese querido viejo era mi padre. Y no puedo decir más porque me desespera el nuevo tiempo de los verbos: fue, era, tenía... yo tenía un padre que tenía su orgullo en la franqueza, en el respeto a la verdad, en la honestidad más puritana, que fue la consigna que enarboló como una bandera a lo largo de toda la trayectoria de su vida.
Vivió en paz, digna y modestamente, satisfecho de su rectitud; y así me educó, esta vez se ha ido por el camino infinito de paz y tranquilidad.
Cierro con el recuerdo, o más bien la memoria, de un pensamiento suyo: "En nuestro ser si hay un hálito de vida, ésta tiene una sola finalidad, por el que alimenta su propia existencia, por el que lucha hasta llegar a la verdadera meta, que es la real felicidad; ésta es: LA MUERTE".
2 comentarios:
Marianina Storaci Gracias a nuestro amigo Chencho Adames, que con su gran sensibilidad a rendido en este hermoso blogs tributo a sus padres, a mi madre y a valiosos villacuranos que ya no estan presentes, sin olvidar a nuestro querido Sandro. Para ti Chencho, el afecto de mis hermanos y el mio, deseandote muchos exitos y bendiciones!
Humberto Jesús Velasquez Alvarez saludos donde estes estimado amigo
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