sábado, 14 de mayo de 2011

Me dio nostalgia la muerte de Sandro - 2010


Hoy tengo ganas de sandrear, de decir algo (así sea lo mismo) sobre ese enorme ídolo de América; creo que por allí atravesando los años y las mudanzas, debe quedar alguna rocola igual a la de Valera y Salomón con sus discos de 45 rpm que marcaron nuestra juventud.
Miré un rato el entierro que mostraban por televisión y escuchaba a un locutor argentino asombrarse de cuánta gente lo acompañaba;  comparaba la multitud con la que acompañó el viaje final del expresidente Alfonsín; en los últimos tiempos -decía-, no se había visto nada igual en Argentina.
Y pensaba que Alfonsín cuyo ejercicio de la primera magistratura fue difícil, no pudiendo dominar los problemas económicos, y debiendo entregar incluso antes de tiempo el poder a su sucesor electo, lo desempeñó con una honradez tal que debe ser el único expresidente argentino de los últimos 30 años a quien no acusaron de nada, al dejar el poder marcó un perfil bajo, apareciendo únicamente cuando su gestión era necesaria, desapareciendo poco a poco de la vida pública. Pero nunca ni mientras presidente, ni después, se le vio en el candelero del escándalo, no aparecía en los programas de chismes, ni en las revistas sensacionalistas.
Sandro mantuvo su estela con quienes lo admiraban sin necesidad de hacer escándalos públicos, incluso con el pudor de jamás hablar de su vida íntima. Únicamente en los últimos tiempos y ante su enfermedad, se conoció el nombre de su compañera de vida, con quien se casó. Pero tampoco hubo nada mediático en ello. Y sin embargo enfermo, habiendo perdido, como todos a quienes nos pasan los años la imagen que lo hizo acreedor al mito de Sandro el gitano, en cada presentación que hacía llenaba totalmente los teatros. No recurrió a cirugías que le desfiguraran la cara en un intento indigno de aparentar lo imposible. ¿Cómo puede alguien que tiene más de 50 o 60 años pasar por 30?.
Tampoco necesitó contar las peleas con su mujer, que las habrá tenido seguramente como cualquier persona normal. Ni siquiera una vez fue a contar si salía con esta o aquella. Nunca apareció en un jacuzzi espumoso aparentando ser sexy, simplemente cantaba, eso únicamente entregaba desde los escenarios. Envejeció con honradez y lamentablemente su enfermedad se lo llevó, de lo contrario seguiría cantando y llenando teatros únicamente gracias a sus canciones. Canciones que nos llenaron.
Y así seguía yo pensando, hoy que los medios logran imponernos sus costumbres con estrellas siliconadas, que van a la televisión a contar en voz de cuello sus intimidades, en un intento desesperado de lograr lo que no pueden con sus canciones o bailes, con arte o sin él, seguramente que más de esto último, y vemos aparecer en poses sensuales a personajes de la tele, e incluso políticos, contándonos sus avatares amorosos, pensaba decía, cómo una multitud en Argentina acompañó el  velatorio de dos hombres que justamente en su vida hicieron todo lo contrario.
¿Podrá ser que el futuro nos depare, allende el río y desde esta vera, un restablecimiento de valores morales, de esos que no necesitan religión, pues están inmersos en la esencia del hombre, y de todas las religiones que él ha creado?.  ¿Andará esa multitud tras esos valores de respeto por uno mismo y por los demás, de dignidad, de la irrenunciable vocación por la privacidad de la intimidad, de misericordia ante los avatares de la vida, todos esos por los cuales estos dos señores argentinos, hicieron culto toda su vida?
Sí, me dio tristeza la muerte de Sandro el gitano, el puma, el eterno amante, el hombre con los labios de rubí. El que agoniza por ti, en "Rosa Rosa, tan maravillosa"; el molino de tu amor, en "Trigal"; el que piensa que "Una muchacha y una guitarra" no le deben faltar; el que tiene un mundo de sensaciones que te quiere regalar. Sandro combinó virilidad con romanticismo y una pizca de misterio en una fórmula de largo alcance que lo hizo llegar donde soñaba: al Madison Square Garden, en Nueva York, convirtiéndose en el primer artista latino en actuar y llenar este famoso estadio, actuando en vivo en dos recitales, frente a más de 250.000 espectadores y que también fue la primera transmisión vía satélite de un cantante en la historia del satélite en todo el mundo. Con una fama que se extendió por todo el universo, se convirtió en ídolo y representante del continente, comenzando a ser conocido con el nombre de Sandro de América. Sandro, junto con Leonardo Favio y Palito Ortega, conformó una trilogía inolvidable de la época de oro de la música juvenil argentina. Pero mientras Favio se dedicaba al cine y Palito Ortega se convertía en exitoso empresario y posteriormente en político, Sandro arribó a la edad madura con sus botas firmemente ancladas sobre el escenario. Se cansó de llenar teatros, vendió discos por toneladas y su fama no conoció límites.
Fue en 1998 cuando se descubrió la enfermedad que sufría a causa del cigarrillo y lo alejó de los escenarios de forma temporal. Once años después, esa enfermedad acabó con su vida. No con su mito, que vivirá por siempre.
No llegó. Logró el transplante, pareció que su salud mejoraba, pero no: finalmente, tras dos operaciones consecutivas, el fuego de Sandro se apagó. Al gitano, hacedor de incontables milagros, lo esquivó la diosa fortuna y no le permitió realizar el último, el más difícil de todos: la supervivencia y el consiguiente regreso a los escenarios. Y de esta manera, el hombre y el mito quedaron definitivamente separados. Roberto Sánchez (que así se llamaba) llegó a la última estación, pero Sandro continuará por siempre arrebatado de pasión, riendo como un diablillo que planea su próxima aventura, mirando con esos ojos de fuego y, sobre todo, cantando uno de los repertorios más extensos y conocidos de la historia de la música pop argentina.
Para despedirlo, tarea ardua y difícil, sólo cabe cumplir con su deseo cantando: "No quiero que me lloren/ cuando me vaya a la eternidad/ quiero que me recuerden como a la misma felicidad". Desde ahora, su espíritu está en el aire, entre las piedras y en el palmar… En esa explosión de metáforas, con fondos de rocola sinfónica, llamada por Sandro "Penumbras", no puedo evitar tararear: "La noche, se perdió en tu pelo/ la luna, se aferró a tu piel/ y el mar, se sintió celoso/ y quiso en tus ojos estar él también".
A este adulto que hoy soy, la trayectoria y su vida, -la que recorrió por todos los países de América y el Caribe, incluyendo Estados Unidos y Canadá, hasta el señor mayor y enfermo que llenaba teatros, que estuvo apenas un escalón debajo de Gardel-, me resulta digna, admirable y por sobre todo respetable.


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